Cuando El Cuerpo Habla
Una rutina universitaria cotidiana, rodeada de amigxs y obligaciones estudiantiles, una familia tradicional con los típicos conflictos (sin resolver) y algunos secretos, una relación de noviazgo basada en nuestro agobiante sistema patriarcal, diecinueve años de vida y los deseos de comerse el mundo propios de la edad, así como la inconsciencia de lo vital que es respetar, entender y aceptar que somos más que un cuerpo que se mueve, se relaciona, come y duerme, es el contexto en el que se desarrolló lo que me gusta llamar mi 'Crisis'.
Antes de entrar en detalles, me gustaría explicar por qué me gusta utilizar la palabra 'Crisis' para hacer referencia a éste episodio de mi vida que puede caber dentro del concepto de 'Enfermedad Mental'. Personalmente defino la palabra 'Crisis' como un suceso desestabilizador que trae consigo un proceso de transformación para la vida de la persona que la atraviesa, por lo que después de toda crisis surge un cambio, éste puede ser constructivo o no dependiendo de cómo decidamos afrontarlo.
A cinco años del 'Episodio' que transformó mi vida y manera de pensar, recuerdo muy bien el hecho:
Era una noche de miércoles de 2013, con un millón de papeles en mis piernas lidiando por organizarlos mientras miraba de reojo la televisión me encontraba en un sofá de mi casa tratando de ser una estudiante responsable, cuando de repente en la pantalla del televisor apareció la imagen del rostro de un hombre anciano, al verla, sentí un miedo tan inmenso e intenso, que me resulta imposible de describir con palabras, empecé a llorar sin poder controlarme y aunque cerré los ojos para evitar ver el televisor, la imagen estaba presente en mi mente. Mis padres, al verme y escucharme llorar a gritos sin una aparente explicación lógica, no sabían cómo actuar, lloré de forma incontrolable alrededor de diez o quince minutos (o no sé, en realidad) y mi madre solamente consiguió darme un té de manzanilla en uno de sus intentos por calmarme, hecho que no sirvió de nada pues mi llanto era igual de fuerte e intenso y estaba empezando a temblar, inmediatamente fui llevada a un médico general, quién al ver mi estado de alteración me aplicó un sedante y me transfirió a una psicóloga.
Efectivamente al día siguiente fui llevada por mi madre a consulta psicológica, de la que solamente obtuve una serie de 'pastillitas', una receta médica que indicaba qué otros medicamentos debía tomar, los diagnósticos de Ataque de Pánico y Episodio Depresivo Mayor y unas serias instrucciones dadas a mi mamá que le mandaban a darme 'una pastillita cada que empiece a llorar', a partir de ese momento, ese día y algunos días más, supongo que una semana en total (no logró recordar con exactitud cuántos días pasaron), se transformaron en días grises.
El deseo incontrolable de llorar no cesaba, sentía una especie de vacío en el pecho, pensamientos irracionales y distorsionados, sensación de cargar una nube en la cabeza, miedo intenso y cero deseos de hacer cualquier cosa, a los que sumaron una preocupación intensa a la idea de 'quedar loca' así como los maravillosos efectos de las 'pastillitas'. Mi familia no sabía qué hacer, recuerdo la cara de preocupación de mi padre y a mi madre corriendo a darme el medicamento cada vez que yo le expresaba mi deseo de llorar, así que mis días se resumieron en mi llanto incontenible seguido de una pastilla que me mandaba a dormir inmediatamente por alrededor de cuatro a seis horas. Al despertar los efectos secundarios de las pastillas se manifestaban en mí en todo su esplendor, despertaba mareada, con una sensación de no saber qué estaba pasando, confundida, con poco control sobre mi cuerpo, lo sentía pesado y cuando hablaba lo hacía lentamente y muy bajo, permanecía así por algunas horas hasta que nuevamente el incontrolable miedo, angustia y ganas de llorar se apoderaban de mí y la 'pastillita' me arrastraba otra vez al estado de inconsciencia; y así pase algunos días, sin salir de casa, sin vida. Como dije anteriormente no recuerdo con exactitud cuántos días pasaron así, hasta que una noche mis padres decidieron llevarme con otra psicóloga.
A diferencia de la experiencia anterior, la visita a ésta psicóloga me hizo muy bien, ella tuvo la certeza de verme como un ser humano y no como una serie de síntomas, me trató y habló de tal manera que me hizo comprender la causa de mi estado actual y pudo darle una explicación a mis padres. Me retiró el uso de la famosa 'pastillita' y en cambio me sugirió que dedicara tiempo a hacer cosas que me gustan, me indicó que debía retomar lo más pronto posible mi vida estudiantil y que cuando sintiera ese enorme e incontrolable deseo de llorar lo hiciera libremente sin temer a 'quedar loca'.
Después de esto, las ganas de llorar continuaban pero esta vez no había pastillita que me detuviera por lo que hubo momentos que lo hice durante horas, los efectos secundarios de las pastillas desaparecieron, me reinserté a la universidad, retomé mi rutina y empecé a hacer cosas que disfrutaba y había olvidado, correr por las tardes fue una de ellas.
Pero lo mejor de todo lo que ésta 'Crisis' me dejó, fue el comprender que el cuerpo habla, que somos como esponjas cargándonos de emociones, de conflictos inconclusos, de sentimientos que no sabemos expresar y que quizás nunca llegamos a externalizar, que somos expertos en suprimir y reprimir emociones y sentimientos pensando que el tiempo lo cura todo, sin embargo nada desaparece, todo queda, todo se guarda, hasta el más mínimo recuerdo que en nuestra infancia nos hizo sentir mal, permanece y se convierte en una mochila en nuestros hombros, en heridas, en daños y malestares psicológicos de los que muchas veces no somos conscientes pero que nuestro cuerpo percibe y de los que tratará de despojarse de cualquier manera.
Esta, mi hermosa crisis, fue necesaria para mi desarrollo personal, para comprender que habían cosas que debía decir, que habían sentimientos que debía identificar y sentir y que sobre todo habían cosas que debía cambiar. A cinco años de todo esto, mi trabajo todavía sigue, aún tengo conflictos sin resolver pero ahora soy consciente de ellos y quiero trabajar para solucionarlos, aún hay sentimientos y emociones fuertes que quisiera reprimir pero que sé que debo permitirme sentir, abrazar y expresar, aún hay muchas cosas que trabajar para mejorar, la diferencia entre mi estado actual y el anterior, es que ahora sé lo que está pasando y he aprendido a permitirme sentir.